Durante muchos años pensé que había algo mal en mí. No sabía ponerle nombre, pero sentía que todo me afectaba demasiado. A veces me preguntaban si estaba bien, cuando yo estaba simplemente procesando lo que había vivido esa mañana. O me decían que no me tomara las cosas tan a pecho, que no era para tanto.
Lo intenté todo: respirar hondo, ser más dura, dejar de pensar tanto, ignorar lo que me afectaba. Pero no funcionaba. Sentía que el mundo me pasaba por encima y que yo no tenía el botón para poner una barrera.
Y todo eso me explotó en la cara hace unos meses. Fue ahí cuando descubrí, por fin, que soy una Persona Altamente Sensible (PAS). Y, aunque al principio me costó aceptarlo, entenderlo me ha ayudado más de lo que imaginaba.
El trabajo que me desgasta sin que se note
Trabajo en una tienda de telefonía desde hace años. Atención al cliente, ya te imaginas. Gente que entra enfadada, que se queja, que exige cosas que no dependen de mí. Y yo ahí, siempre con una sonrisa, intentando calmar, entender, solucionar.
La mayoría de mis compañeros hacen su jornada y se van a casa como si nada. Yo, en cambio, salgo agotada. Literalmente drenada. Me llevo a casa cada conversación, cada mala cara, cada situación incómoda.
Lo peor es que no me pasa solo cuando alguien me trata mal. Incluso cuando alguien está triste o frustrado por algo personal que me cuenta sin querer, eso se me queda pegado. No lo puedo soltar.
Durante mucho tiempo pensé que era simplemente una persona empática o que me lo tomaba demasiado en serio. Pero era más que eso. Empezaba a afectarme físicamente: me dolía el pecho, dormía mal, tenía el estómago hecho un nudo.
Ser madre cuando ya no te queda energía
Tengo dos hijos, uno de 12 y otra de 8. Los adoro. Pero cuando llego a casa después de todo el día lidiando con emociones ajenas, llamadas tensas, gritos y quejas, estoy vacía. Y aun así tengo que seguir: deberes, duchas, cenas, peleas entre ellos…
Mi marido ayuda poco. Dice que está cansado, que su trabajo es muy exigente, que él no sirve para esas cosas. Así que me toca hacerlo todo. Lo físico y lo emocional. Porque si alguno está mal, también soy yo la que se da cuenta.
Hubo un día, hace unos meses, que me encerré en el baño y me puse a llorar. Sentía que ya no podía más. Ni en mi trabajo ni en mi casa nadie veía lo que yo estaba sosteniendo. Y ni siquiera sabía por qué me afectaba todo tanto.
Ahí fue cuando empecé a buscar. Necesitaba entender qué me pasaba. No podía seguir creyendo que era débil o que no servía para esta vida.
El día que leí la palabra «PAS»
No recuerdo bien qué puse en Google. Algo como “me afecta todo demasiado” o “¿por qué me cuesta tanto desconectar?”. Pero entre los resultados apareció algo que me llamó la atención: «¿Eres una Persona Altamente Sensible?»
Hice clic sin pensarlo mucho. Me encontré con una lista de características. Y fue como si alguien hubiera escrito sobre mí.
- Sentir intensamente todo lo que ocurre a mi alrededor.
- Detectar el estado de ánimo de los demás con solo verles la cara.
- Agobiarme con el ruido, los lugares llenos de gente, las interrupciones constantes.
- Sentirme desbordada si tengo muchas cosas que hacer en poco tiempo.
- Llorar con facilidad (aunque no lo haga en público).
- Tener una vida interior muy rica, estar siempre pensando, analizando, sintiendo.
Me quedé en shock. No era la única. No estaba loca. No era que no supiera vivir. Era que mi sistema nervioso funciona de otra manera. Procesa todo más profundamente. Y eso tiene un precio.
Lo que descubrí sobre las Personas Altamente Sensibles
Leí muchísimo durante semanas. Blogs, libros, artículos. Me empapé del tema. Quería entender qué significaba esto para mí, si tenía arreglo, si era algo malo o bueno. Pero sin duda alguna, lo que más me ayudó fue contactar con HAYA Psicólogos, una clínica de Getafe, experta en ese tipo de casos. Y descubrí cosas que, sinceramente, me hicieron llorar de alivio:
- Que no es un trastorno. No es una enfermedad.
- Que alrededor del 15-20% de la población es así, aunque muchos no lo sepan.
- Que las PAS sentimos más intensamente, pero también nos agotamos antes.
- Que necesitamos más tiempo a solas, más calma, más autocuidado.
- Que no es que estemos exagerando, es que realmente sentimos más.
- Que no somos “demasiado sensibles”, sino que nuestro sistema nervioso funciona de forma distinta.
Eso lo cambió todo. Empecé a mirarme con más compasión. A entender por qué todo me afectaba tanto. A dejar de luchar contra lo que soy y empezar a cuidar esa parte de mí. También me di cuenta de que no soy la única, y que hay muchas personas viviendo lo mismo en silencio. Eso me dio fuerza. Dejé de sentirme defectuosa y empecé a sentirme comprendida, al menos por mí misma.
Las pequeñas cosas que empecé a cambiar
No hice grandes cambios de golpe, pero sí empecé a tomar decisiones pequeñas que han marcado la diferencia:
- Pedí turnos más tranquilos en el trabajo. Hablé con mi responsable y le expliqué que los sábados con tanta gente me estaban quemando. No fue fácil, pero entendió mi situación y ahora tengo más estabilidad.
- Empecé a marcar límites en casa. Dejé de hacer cosas por inercia. Ahora, si llego muy cansada, lo digo. No es egoísmo. Es cuidar mi salud mental.
- Me doy espacios para estar sola. Aunque sea media hora en el coche antes de entrar a casa. Poner música suave, respirar, bajar el ritmo. Eso me da vida.
- Reduje el uso del móvil. Me di cuenta de que tanta información y notificaciones me saturaban. Ahora limito las redes y el WhatsApp.
- Empecé terapia. Y fue una de las mejores decisiones. Hablar con alguien que no me juzga, que entiende este rasgo, me ha dado claridad y herramientas para gestionarme mejor.
Lo que más me costó aceptar
No todo ha sido fácil. Una de las cosas que más me ha costado aceptar es que no puedo con todo. Porque yo era de las que siempre decían que sí, que tiraban del carro, que no pedían ayuda. Sentía que, si yo no lo hacía, nadie lo haría.
Aceptar que tengo un límite, que me afecta el entorno, que necesito más tiempo para recuperarme… fue duro. Sentía que estaba fallando como madre, como trabajadora, como pareja. Como si tener necesidades fuera un problema.
Pero no es así. No soy menos por sentir más. Simplemente funciono distinto. Y no necesito cambiar eso, sino aprender a convivir con ello de forma más amable. Aprender a priorizarme, a parar cuando lo necesito, a no sentir culpa por no estar siempre disponible.
A veces mi entorno aún no lo entiende del todo. Pero ya no me siento mal por eso. Poco a poco, quienes me rodean han empezado a ver que, si yo estoy mejor, todo fluye mejor. Y si alguien no lo ve, ya no me lo tomo como algo personal. Ahora sé que cuidarme es parte de cuidar a los demás también.
Ser PAS no es una carga, solo es una manera distinta de estar en el mundo
Hoy ya no me disculpo por ser como soy. Si algo me afecta, lo valido. Si necesito silencio, lo busco. Si una situación me desborda, lo reconozco sin culpa. No siempre es fácil, pero al menos ahora entiendo lo que necesito, y eso ya marca una diferencia enorme.
Ser una Persona Altamente Sensible tiene sus dificultades, claro. Pero también tiene cosas preciosas:
- Conecto muy rápido con la gente cuando me siento segura.
- Tengo una intuición muy afinada.
- Disfruto intensamente de cosas pequeñas que a otros les pasan desapercibidas.
- Puedo cuidar, acompañar y escuchar con una profundidad que no todo el mundo tiene.
- Me emociono con facilidad, y eso me permite vivir de forma muy auténtica.
No cambiaría eso por nada. Solo necesitaba entenderlo. Ahora sé que ser PAS no es un problema que tenga que solucionar, sino una parte de mí que tengo que cuidar, respetar y aprender a manejar con cariño.
Si te estás sintiendo así, no estás sola
Si has llegado hasta aquí y te has sentido identificada en algún momento, quiero que sepas algo: no estás sola.
No eres débil. No estás exagerando. No eres demasiado emocional. Eres sensible. Altamente sensible. Y eso no es un defecto, es una característica. Solo que nadie te enseñó a vivir con ella.
Infórmate. Léelo. Pide ayuda si lo necesitas. No esperes a tocar fondo como hice yo. Entenderte es el primer paso para empezar a vivir con más calma, más conciencia y, sobre todo, con más cariño hacia ti misma.
Porque mereces estar bien. Sin tener que dejar de ser quién eres.